Sociedad 21 ENE 2017

Baja de imputabilidad: ¿Qué opina el ex juez que de niño vivió en un instituto de menores?

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Se trata de Rodolfo Brizuela, que supo ser juez de menores en La Matanza pero cuando tenía 7 años estuvo en un internado en General Rodríguez.

Rodolfo Brizuela pasó parte de su infancia internado en el pabellón Villanueva de nuestra ciudad, espacio que hoy ocupa la Escuela Técnica “Javier Tapié”, que en esa época estaba destinado a los hijos de madres que padecían tuberculosis. Brizuela sabe lo que significa no tener un hogar y carecer de contención familiar. Quedó solo a los siete años: hijo de una empleada doméstica y madre soltera, Brizuela vivió hasta los siete años en la casa de familia en la que trabajaba su madre. Pero ella sufrió una larga enfermedad y él fue derivado al Villanueva. No hubo tiempo para despedidas. Nadie se detuvo a explicarle qué iba a ser de su vida. "Vino un señor y me llevó a un lugar desconocido, donde había otros chicos y donde tuve mi primer choque con la ley: al ratito de llegar, por una travesura menor, una cosa de chicos, una preceptora se acercó y me cruzó la cara con una varilla. Me pegó fuerte, pero yo no lloré: había comprendido en ese momento, a los siete, que en ese lugar tenía que aprender a sobrevivir". Aquí pasó más de dos años que recuerda como un paréntesis de soledad y abandono, y cuando por fin su madre estuvo un poco mejor lo envió a vivir con una prima suya en Chilecito, en La Rioja. Allí pasó los mejores años de su infancia: "De pronto tenía primos, una familia grande, encontré la contención de la familia y de la comunidad, porque, como suele ocurrir en los pueblos del interior, siempre había alguien cerca que lo ayudaba a uno a lo que fuera: a estudiar, a salir adelante. Mis tíos fabricaban alfajores y pan casero, yo empecé a vender pan y alfajores de casa en casa, para dar una mano. Así pude terminar la escuela y graduarme de maestro con uno de los mejores promedios". Ganó después una beca para estudiar en Rosario, pero al tiempo se fue a Buenos Aires. Tenía 19 y después de 12 años volvía a vivir con su madre. Fue lavacopas, ayudante de cocinero. Hizo un poco de todo. Finalmente consiguió un trabajo fijo y el día en que cobró su primer sueldo volvía feliz a su casa, cuando, al bajar del tren en Morón para tomar el colectivo, se topó con un edificio que hasta entonces no había notado: la Universidad de Morón. "Era muy cara para mí y tenía dudas -recuerda-, pero me jugué y me anoté. Siempre había querido ser abogado, como el dueño de la casa donde trabajaba mi madre, cuando yo era chico. El 2 de abril de 1982, el mismo día del desembarco en Malvinas, me gradué de abogado. No lo podía creer." Vino después la carrera judicial, la dedicación absoluta a temas de minoridad y un juzgado en Gregorio de Laferrere de puertas abiertas a la comunidad local.

Su opinión sobre bajar la edad de imputabilidad

Sobre la iniciativa del Gobierno, Brizuela dijo: "Es para la tribuna. Hay que trabajar en la prevención. Y eso significa invertir muchísimo dinero en educación, salud y el Gobierno no lo está haciendo y tira esto para incrementar la campaña política. En un momento oportuno, en un año electoral, vamos a hablar de baja la edad de imputabilidad de los menores, vamos a armar una comisión para que analice y el año que viene vamos a armar un proyecto para llevarlo al Congreso". Y reflexionó: "¿No les parece una maniobra de distracción?".Desde esa experiencia y autoridad, admitió que "esto no se resuelve en uno o dos años, hay que trabajar desde hoy en un nuevo paradigma educativo y tal vez la solución llegue dentro de 10 o 15 años. Como sociedad queremos ya una solución, pero para resolver las problemáticas sociales no existen las políticas de shock", responde Brizuela. "Si hoy tenemos inseguridad es porque no hemos trabajado en la prevención, algo en lo que debemos trabajar a partir de los 4 o 5 años de edad para ver los resultados de acá a 10 o 15 años. En medio son muchos los chicos que vamos a perder, y ese es un gran pecado social", expuso. La "opción humana" de la que habla Brizuela tiene que ver, otra vez, con su propia historia. Por eso, ante las facultades que le otorga la ley siempre consideró el encierro de los jóvenes como el último recurso. "He llegado a enviar a chicos a Salta y Santiago del Estero, busqué familiares por todo el país", asegura. "Un día -cuenta- me vino a ver un muchacho que de chico caía preso cada dos por tres y al que yo había mandado con familiares suyos en Chaco, donde empezó a trabajar como hachero y vendedor de madera, y me dijo: «Usted me salvó». Eso fue como ganarme la lotería".
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