Está ubicada en el barrio Mi Rincón y pertenece a una pareja rodriguense. Su historia, sus métodos y resultados en un emprendimiento que crece.
La periodista María Josefina Cerutti, de la Agencia Télam, realizó días atrás una entrevista a una pareja rodriguense por sus logros en el emprendimiento que desarrolla. Se trata de una granja integral ubicada en el barrio Mi Rincón, elogiada por las forma en que es trabajada.
“Para los huevos, que son nuestra especialidad, tenemos gallinas con uñas y picos”, dice Laura Muñoz, propietaria de Dilaupe, un emprendimiento rural familiar que está en General Rodríguez.
“Hay un segmento de consumidores -agrega Laura- que aprecia el bienestar de los animales que se usan para alimentar. Que no quiere comer gallinas o pollos criados en jaulas, tampoco huevos de gallinas de jaula, despicadas y sin uñas. Nuestras gallinas no están alteradas por el estrés de las jaulas.
Caminan, se trepan, duermen en los árboles, comen higos, duraznos, moras y kiwis; y una espinaca de Nueva Zelandia”. Para Laura son gallinas contentas.
“La mora adentro del gallinero de 1.200 metros cuadrados les da sombra, fruta y forraje. Y como las gallinas escarban la tierra para hacer sus necesidades, el estiércol abona la tierra.”, dice el ingeniero agrónomo Pedro Amestoy, marido de Laura. La familia cumplió el sueño de trabajar la tierra con una herencia que les permitió comprar la hectárea de tierra que trabajan.
Especialmente entre otoño y primavera, las 800 gallinas de Dilaupe ponen unos 650 huevos al día. “Hay gente que aprecia mucho el trato que les damos a las gallinas porque saben que comen forraje, maíz y semillas de girasol”, agrega Pedro, y subraya: “Podríamos decir que producimos huevos orgánicos, o agraoecológicos, pero no lo hacemos porque deberíamos estar certificados".
"Y certificar es carísimo”, afirma Laura. Y, si quisieran ser estrictos, tampoco los productos de Dilaupe serían completamente orgánicos porque hay vecinos que usan agroquímicos. “Podemos afirmar que producimos huevos de campo”, dice Laura.
Dilaupe es proveedor de los huevos de campo que vende La Choza, su principal cliente, una granja biodinámica también de General Rodríguez.
Compra alrededor del 80% de la producción de huevos de Dilaupe. “Lo demás lo comercializamos directamente. Los clientes, a veces, se convierten en amigos. Somos muy entusiastas de nuestro deseo de trabajar el campo”, dice Laura, que también es docente. Enseñó Lengua en la escuela secundaria pero ahora es empleada administrativa. Pedro también enseña. Da clases en General Rodríguez sobre viveros y multiplicación de especies ornamentales en el CEA 19, uno de los Centros de Educación de Adultos de nivel primario de la Provincia de Buenos Aires. Lleva a los alumnos a practicar a su quinta.
El emprendimiento de los Amestoy es otra apuesta de la familia que supo desarrollar una quinta en Miramar. La perdieron con la crisis de 2001 que, como inundación, les llevó “la cosecha”. Hoy, a la producción de huevos suman la fabricación de pasta rellena con la verdura que produce. La cocinera es Laura.
En casa Amestoy no se come nada que no se haya producido ahí. “Cuando revolvemos guisos o amasamos pastas ponemos música y bailamos. Amo trabajar con mis propias manos”, dice Laura, que suma: “Me gustaría ser más joven para poder trabajar más tiempo en todo esto”.
¿A quién le vas a vender?, le preguntó un día el padre a Laura. “Cuando te gusta lo que hacés, lo demás viene solo”, contesta ella, ahora. Y completa: “La gente también compra el amor con el que trabajamos. En un país donde todo se hace por contactos, el trabajo es nuestra bandera de orgullo”.
“Hasta la basura reciclamos”, agrega Pedro. Las gallinas también comen maíz y semillas de girasol, que compran a unos chacareros de la zona. “También forraje de plantas perennes. Achicoria, trébol y diente de león, hojas de moras y abutilón que, además de darle flores a la quinta, se trepa y a las gallinas les encanta”, apunta Pedro.
Dilaupe trata de trabajar su quinta según los principios de la permacultura o cultura permanente del australiano Bill Mollison que, a su vez se inspiró en la filosofía natural de Masanobu Fukuoka (1913/2008). Este campesino japonés buscó reproducir las condiciones naturales del ambiente de la manera más fiel posible para que el suelo se enriquezca y aumente la calidad de los alimentos. Los principios son no arar, no usar abonos, fertilizantes ni pesticidas. Tampoco podar, ni eliminar malas hierbas. O sea, no forzar sino respetar y potenciar los ciclos naturales. “Nosotros -agrega Pedro- hacemos una poda muy intensiva para mejorar la producción y sacamos las malas hierbas”.
“Empezamos con 30 pollitas. Hoy son unas 800 que viven hasta cuatro o cinco años. Tenemos una mortalidad mensual inferior a otros establecimientos que promedian entre 8 y 12%”, dice Pedro. Siguen el estilo alemán que deja que las gallinas caminen. Está lleno de gente que prefiere los huevos al viejo estilo“, dice Pedro que se esmera en explicar por qué los huevos de Dilaupe son tan ricos: ”la calidad de nuestra yema se debe al tipo de forraje que come la gallina. En el campo los más viejos dicen que el forraje fortalece y mejora la yema. Cada dos meses agrego 250 pollitas“, dice Pedro que cuenta que Laura está preparando un sistema de comidas para aprovechar al máximo la producción de huevos”.
Fuente: María Josefina Cerutti (Agencia Télam)